Crítica: El final de ‘El Juego del Calamar’ y el reflejo de un sistema donde el poder siempre gana

Tras tres temporadas de tensión, violencia simbólica y crítica social, ‘El Juego del Calamar’ llegó a su fin el pasado 27 de junio con un desenlace que, aunque predecible para muchos, ha dejado opiniones divididas entre la audiencia.

Con 60.1 millones de visualizaciones en su semana de estreno y más de 368 millones de horas vistas en sus primeras 72 horas, la tercera temporada rompió récords de audiencia en Netflix. Sin embargo, las cifras contrastan con las reacciones. Según Rotten Tomatoes, la calificación de los usuarios cayó al 49 %, reflejando el descontento general con el desarrollo y cierre de la serie.

Uno de los puntos más comentados fue la muerte del protagonista Seong Gi-hun, el jugador 456, quien en lugar de alcanzar el cierre personal que muchos esperaban —quizás ver a su hija en Estados Unidos—, decide sacrificarse para salvar a una bebé y, con ello, enviar un último mensaje al mundo. Un giro trágico que, según el creador Hwang Dong-hyuk, busca dejar una huella social y simbólica, más que ofrecer un final complaciente.

  • Y aunque el público esperaba una victoria clara, esta serie no ofrece consuelo. Ofrece un espejo. Y no siempre nos gusta lo que vemos.

Pero la ejecución ha sido cuestionada. Críticos y fans señalan que el sacrificio de Gi-hun fue innecesario, dado que la Guardia Costera estaba por irrumpir en el juego y probablemente habría salvado a los sobrevivientes. En esa lógica, su muerte pierde peso estratégico, y su efecto se diluye en medio del caos narrativo de los últimos episodios. Igual que la desertora que pudo haber ayudado a salvar a la bebé y que pagara el organizador.

«No somos caballos. Somos humanos«, fueron las últimas palabras de 456, siendo esta una declaración potente, cargada de dolor, que resume el mensaje central de la serie: los jugadores no son piezas de un espectáculo, sino personas atrapadas por un sistema que los exprime y los enfrenta entre sí por entretenimiento.

Además, la temporada dejó múltiples líneas argumentales sin resolver, personajes mal desarrollados y escenas incómodas —como el uso de imagenes por computadora poco convincentes— que minaron la fuerza emocional con la que inició la serie en 2021.

El mensaje social que incomoda

A pesar de ello, el mensaje social sigue siendo claro: en un sistema donde el poder económico y político domina, quienes están en desventaja no solo cargan con deudas, precariedad o desesperanza, sino que muchas veces se ven empujados a enfrentarse entre ellos, dejando de lado la posibilidad de una acción colectiva.

Este patrón no es solo ficción. En Panamá, lo vemos en cada protesta social fragmentada, donde sectores que comparten las mismas luchas se dividen en lugar de unirse, debilitando su impacto frente a las estructuras que los oprimen. Así es que la serie no se aleja de su crítica al sistema.

Refleja cómo, en un mundo dominado por el poder y el dinero, los más vulnerables terminan enfrentándose entre ellos, mientras los verdaderos responsables —los VIPs y organizadores— observan impunes y sin consecuencias.

El juego, como metáfora, nunca fue solo sobre ganar o sobrevivir, sino sobre cómo el sistema empuja al individuo a competir, a traicionar, a resistir o a ceder, todo bajo la mirada impune de quienes tienen el control. En ese sentido, el desenlace, por más incómodo o crudo que parezca, retrata con fidelidad la lógica de un mundo donde las reglas están hechas para que el poder siempre tenga la última palabra.

Como en la vida real, el jugador común no siempre gana. Y aunque los espectadores puedan desear justicia, la serie no está diseñada para satisfacer expectativas, sino para incomodar, provocar y reflejar una realidad donde no todos los sacrificios tienen recompensa, y donde el final feliz no siempre es parte del guion.